Amo profundamente a los perros. Tengo un terrier escocés que es la luz de mis ojos; sin embargo, amo con la misma intensidad a los que veo en las calles, a los que van con sus dueños, a los que están paseando en los parques y, por supuesto, a todos los callejeros que se me acercan para que les de de comer.
Quienes me conocen saben de mi poca sensibilidad para muchos temas, pero si se trata de perros puedo convertirme en una Magdalena. Sufro cuando veo a un callejero tratando de atravesar una calle... se me sale la lágrima si veo a uno atropellado y destrozado en medio del periféfico. Es un asunto con el que me doy por vencida.
No soporto ver un programa llamado Distrito Animal en el que hay una organización gubernamental en Los Ángeles dedicada a recoger perros (o cualquier animal) callejeros, perros con dueño que son maltratados o que se encuentran en condiciones poco sanas. Ese programa simplemente me saca las lágrimas a tal grado que decidí no volver a verlo.
Sin embargo, hubiera dado mi brazo derecho porque en México existiera algo semejante. Les cuento: en la cerrada donde vivo hay una casa que tenía una perra pastor alemán llamada Trufa. Sus dueños son muy poco cuidadosos: abrían su reja y ella se salía. No les importaba si la atropellaba un coche, ni se bajaban para meterla en la casa.
Así que la Trufa podía pasar el día entero en la calle aunque lloviera, aunque hiciera frío, aunque estuviera haciendo mucho calor, el pobre animal estaba afuera, vagabundeando, sin comer y sin tomar agua.
A muchos que pasaban les daba miedo. A algunos vecinos también porque se trataba de una perra muy grande. Sin embargo, mi debilidad son los perros y los pastores alemanes mi raza preferida después del terrier escocés. Así que para mí era como una hija adoptada a la que salía darle croquetas (de mi perro), agua y muchos cariños.
Mientras otros le temían y ni se atrevían a pasar, yo salía a buscarla, la acariciaba mientras comía sin miedo a que me mordiera, la miraba y hasta la abrazaba del cuello. La amaba profundamente y era mi sueño aunque no fuera mía.
Sin embargo, mi vecina le temía a más no poder. Y en las mañanas cuando salía dejar a su hija al transporte la Trufa llegó a ladrale y hasta se paró de patas lastimando a su sirvienta.
Ya antes, la Trufa se había metido a su garage y había sarandeado a su perrita schnauzer miniatura. La culpa no era de la Trufa sino de sus dueños que poco o nada hacían para que su perra estuviera bien.
Mi vecina dijo que ya no iba a soportar la situación y que haría lo que fuera necesario para que la Trufa no estuviera en la calle. Yo le dije que buscaría ayuda. Llamé a varias organizaciones y fue imposible obtener ayuda: era una perra con dueño y si venían por ella los dueños podían detener su intención de llevársela. Lo más práctico: llamar al antirávico y que se la llevaran para sacrificarla. Mi NO fue rotundo aunque mi vecina estaba a punto de hacerlo pues le tenía mucho miedo, al igual que su hija y su sirvienta.
A mí JAMÁS me agredió. Al contrario. En cuanto veía que yo entraba o salía de mi casa, corría a saludarme. Me acompañaba si caminaba a tirar la basura, siempre que estaba fuera de su casa corría a la mía a ver si yo estaba para salir y acariciarla. Lástima que Bruno, mi perro, es muy celoso y nunca la aceptó.
Llamé a una sociedad protectora y me dijeron que enviarían una carta de recomendación a los dueños para que la tratara bien. O bien, le sugerían darla en adopcion. Incluso, llegaron a insinuarme que me la robara y la llevara a un lugar mejor, pero eso era muy riesgoso porque no sabíamos cómo iba a reaccionar la Trufa. Eso era lo único que ellos podían hacer. Le recomendé a mi vecina que además de la carta de recomendación fuera a hablar con los dueños. Sin embargo, ya no supe en qué terminó el asunto porque mi vecina obviamente quería darle un término mucho más eficaz.
Dejé de ver a la Trufa y pensé que era porque yo estaba saliendoa trabajar todos los días durante semana y media. Hace un par de días me enteré que la habían envenenado. Amaneció muerta en la puerta de su casa pues precisamente alguien se aprovechó de que estaba en la calle para hacerlo.
El veterinario confirmó el envenenamiento y, claro, ahora, todos sospechamos de mi vecina que, ni ha sacado al patio a tu perrita schnauzer. Su sirvienta dice que, aunque todo el mundo sospeche de ellos, en realidad el culpable es el portero del edificio que está junto a la casa de la Trufa.
Yo no sé quién haya sido pero estoy furiosa por este terrible final que me tiene muy triste. Estoy triste, muy triste. Me siento impotente porque no pude hacer nada, porque nadie hizo nada, porque a quien se le ocurrió se le hizo muy fácil matar a un animal hermosísimo al que yo amaba profundamente y al que no podré volver a ver nunca. Quisiera golpear a los dueños de la Trufa por irresponsables e insensibles. Quisiera ... quisiera...
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