Desde hace varios meses no tengo trabajo fijo.
El otro día me preguntaba qué tantas ganas tenía de reincorporarme a un corporativo del que fui parte durante muchos años. Y, a ciencia cierta, no lo sé.
Como que a veces sí, como que a veces no.
Disfruto inmensamente estar con mi hija por las tardes rumbo a algún café.
Disfruto inmensamente de estar con algunas amigas y amigos de mi hija e ir a nadar juntos.
Disfruto inmensamente ver pasar la tarde y platicar horas y horas con Flor, mamá de la mejor amiga de mi hija, en quien he encontrado una valiosa amistad, de esas que dicen son rete difíciles de encontrar.
La verdad es que no lo sé.
De verdad que no lo sé.
A veces me siento a hacer algún reportaje y me emociono, me gusta entrevistar a la gente, me gusta mucho escribir.
Sin embargo, eso lo termino prácticamente pronto, lo envío y espero a que lo paguen.
Haciendo cálculos no tendría por qué trabajar en un horario corrido si las cuestiones de la colaboración en distintas publicaciones fuera más constante.
Ya me pasó que no me pagaron durante un mes y, bueno, tenía un guardado así que no lo sufrí. Sin embargo no sé si tengo los nervios para aguantar esta vida de vaivenes...
Hasta este momento he tenido el dinero necesario para pagar las cuentas y hasta disfrutar de las vacaciones de verano que, para mí, empezaron desde marzo y que se acentuaron en Semana Santa para luego tener una estocada mortal durante la influenza.
Mi hija me dijo el otro día. ¡Mamá no te vayas a trabajar! ¡La pasamos tan bien juntas!
CIELOS!! Se me contrajo el estómago mientras les platicaba a ella y a su nana que iba a comer rápido (como en una hora) porque tenía que cambiarme para ir a una entrevista laboral HASTA SANTA FE.
Y ahora mientras escribo esto, me entero de algunos recortes que amenazan con suceder en algunas empresas editoriales... Insisto, no sé qué hacer.
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